El imprescindible anestesista en quirófano
El médico que durante muchos años fue responsable del servicio de anestesiología de Clínica Corachan, el doctor José Miguel Martínez (Barcelona, 1907-1998) es considerado el padre de dicha especialidad en España. A él le debemos la introducción de algunas aportaciones técnicas, altamente innovadoras, como la patente de un aparato para inhalar éter que hizo del anestesista una figura imprescindible en el quirófano, asentando así un revolucionario paso adelante para la cirugía.
Apenas se había licenciado, en 1930, cuando José Miguel Martínez ya era conocido por su increíble facilidad para dormir a los pacientes. Y fue gracias a un inhalador de éter que el doctor Corachan ya utilizaba desde 1920. En 1929, el doctor Antoni Trias i Pujol se hizo con uno de aquellos instrumentos y lo puso en manos del doctor Miguel que, a partir de entonces, lo utilizaría en todas sus intervenciones. El inhalador llevaba el nombre del cirujano infantil que lo había inventado, el francés Louis Ombrédanne, y permitía regular la entrada del éter a voluntad, con una mascarilla que se adaptaba a la cara. Hasta la invención de ese aparato, lo que se hacía para dormir a los pacientes era mojar gasas con éter y aplicárselas sobre la nariz.
En 1941, el doctor Miguel creó y dirigió en el Hospital de Sant Pau el primer servicio de anestesiología de todo el Estado. Ese mismo año descubrió que existía otro instrumento más avanzado que el inhalador que él usaba. Era un vaporizador creado por el profesor Robert R. Macintosh, jefe de servicio de anestesiología del Hospital de Oxford y fundador de la primera escuela europea de anestesiología. Funcionaba con un circuito abierto que hacía que el aire que expiraba el enfermo, en lugar de volver al circuito, saliera al exterior. Se usaba con éter también y era portátil, porque se había fabricado especialmente para utilizarlo durante la segunda guerra mundial.
Como la situación política y económica hacía imposible importar el material hasta Barcelona, inspirándose en la invención de Macintosh, el doctor Miguel ingenió un aparato que concentraba las mejores características de todos los anteriores instrumentos de anestesia. Por ejemplo, su inhalador llevaba una doble pared en el depósito del éter, para que así este quedara envuelto por una cámara de agua caliente que mantenía el éter a una temperatura constante, a su mejor nivel de vaporización. Así creó su propio inhalador con calefacción, al que bautizó con el nombre de OMO, con las siglas de Ombredanne, Miguel y Oxford. A su invento también le añadió otros accesorios para perfeccionar la intubación traqueal, que era algo que le preocupaba, y así logró mejorarlo.
El doctor Miguel encargó la fabricación y comercialización del OMO a la firma José Herrera de Barcelona, una industria fundada en 1923 que se dedicaba a la producción de material médico y quirúrgico, y que se encontraba en la calle Provença. Miguel contaba con el permiso de Macintosh para su fabricación, pero la patente perteneció siempre a Herrera. El aparato barcelonés se dio a conocer en 1948, pesaba ocho kilos y se podía llevar en una maleta. Entre muchos otros médicos que lo utilizarían estaba el hijo de su creador. Enrique Miguel Magro, también fue médico y, como su progenitor, se especializó como anestesista, en su caso pediátrico, una especialidad que desarrolló, también, en Clínica Corachan.